Hoy, 14 de abril se conmemora la proclamación de la Segunda República española, que constituyó una promesa de cambios en la configuración socioeconómica de España, un renovado sistema político, que se abrió a sectores antes postergados, y una luz de esperanza para el oprimido pueblo español y para todos los pueblos que buscaban romper con las tradiciones que los condenaban al atraso.
Una república que, más adelante, cuando el fascismo se levantó para derrocarla y capturar el país, atrajo a hombres y mujeres de todo el mundo, comprometidos en su defensa, que era la defensa de principios democráticos que a las grandes potencias no les interesó atender, cuando cayó la República, a pesar de los coqueteos de Franco con Hítler y Mussolini.
Hombres y mujeres que llegaron para empuñar un arma, para denunciar la afrenta, desde su posición mediática, y para hacer uso de la palabra, como lo hizo César Vallejo, que avisorando las sombras que caerían sobre la que, en ese momento era la tierra de todos los revolucionarios, escribió en 1937 aquel compendio que se publicaría en 1939, luego de su muerte, al que se puso el título de uno de sus poemas: "España, aparta de mí este cáliz".
Un poemario que es más que una manifiesto a favor de la República Española o la expresión de una militancia de izquierda contra la arremetida fascista. Un conjunto de poemas que expresan el amor por todos los pueblos, reunidos en uno, la rebledía contra la implacable muerte y el dolor por la pérdida de sus sueños y esperanzas (léase "Masa").
Un poemario del cual comparto el último de los poemas, en el que César Vallejo dejó en el aire preocupaciones que aún hoy configuran la complejidad de la realidad española, y con ella, la de todos los pueblos que aún no se han liberado de la necedad del radicalismo (de izquierda o de derecha), el conservadurismo paralizante, el fanatismo religioso, el fascismo y la estupidez de la guerra.