Mañana empezará mi feria del libro, en los stands que están repartidos por toda mi casa, siendo el campus ferial central el pequeño estudio del segundo piso, donde nacen escritos como el que ahora están leyendo, y otros menos inclasificables.

En los días previos cuidé de revisar la organización de los espacios: por temas, por obras y por autores, sin llegar a la rigurosidad de una biblioteca pública, ni a la vistosidad y decoro de las librerías, pero con algo más de orden y prestancia que los libreros de viejo, aunque nada tenga contra aquellos que han permitido que surta tan bien mi biblioteca por décadas.

Al igual que todas las ferias, habrá un par de semanas (o tal vez más) para disfrutar todos los espacios. Las dos semanas que me proporcionan descanso productivo las vacaciones de medio año en la universidad que laboro.

No es que solo en estos días vaya a buscar los libros, porque, como le ocurre a todos los que habitualmente los compran, los ejemplares están ahí, en cada biblioteca personal, a la mano de sus necesidades. Pero en este caso, durante la feria, cual juego de roles pactado con los libros, ellos estarán esperando que los redescubra y los “compre”, los lea a un costado del estante, los huela, los mire con cara de conocedor, o me los lleven a hurtadilla (es decir, los tome “prestados”, en una tradición nada loable y poco comentada). Los libros, en esta circunstancia asumirán el rol de novedades librescas, ofertas, curiosidades y hasta ejemplares de lujo o de colección (cosa bastante presuntuosa, considerando que tal vez no me alcance para ello, y tal vez sí para una feria de libro viejo y usado).

Y es que, los textos que he tomado durante el año, han sido generalmente para atender las necesidades del trabajo, mejorar mi conocimiento o cubrir las horas libres con alguno que otro ejemplar que luego dejo de leer, que leo al mismo tiempo que otro, o que termino de leer, luego de algunos días, de varias semanas, o hasta meses, porque leer no puede ser un acto planificado, controlado, estructurado ni perentorio. Como sí tendría que ser escribir un relato, una novela, más no necesariamente un poema.

Así que, durante esta feria los disfrutaré a todos, como si los viera por primera vez, como si no hubiese tenido ningún libro antes en los anaqueles de mi biblioteca, como si no hubiese leído a ninguno de los que tengo en mi poder, como si de pronto todos me fuesen asequibles y al mismo tiempo no, por supuesto, luego de haber revisado mi billetera, el saldo de mi tarjeta, el tiempo que dispongo para leer, la cantidad de libros que pueda necesitar; luego de haber medido el alcance de mis necesidades intelectuales y la reacción que pudiese generar en mi casa si me aparezco con un voluminoso paquete de libros. La ilusión de tomar aquello que puedo adquirir cada año tiene que parecerse a la de una feria del libro real, aquí, en Buenos Aires, en Madrid, en Bogotá o en Guadalajara.

Mañana empezará la feria del libro en mi casa de Lima, que está en las alturas de Jesús María, que ya no es de las más altas de la zona, porque sobre mi altura se han construido en los alrededores muchos pisos más, y la ciudad sigue creciendo hacia el cielo gris que nos cubre gran parte del año, como un bosque de troncos muertos, sobre un paisaje de fierro y cemento.

Volviendo a la Feria, desde luego que haré campaña publicitaria e invitaré a mi familia a disfrutar de los libros dispuestos por toda la casa, y les pediré que hagan como si no los hubieran visto jamás, aunque me gusta creer que sí los ven, que sus hojas se mantienen vivas gracias a las manos que los hojean (un “organismo vivo”, como la biblioteca de Umberto Eco, que es algo, perdón, mucho, pero mucho más voluminosa y numerosa que la mía). Tal vez invite a unos amigos (pocos en realidad), que vendrán de buena gana a ver la novedad, que también de eso se trata una feria, de morbo y curiosidad. Y aunque no tenga el glamour de una feria de gran ciudad, seguro no faltarán las fotos, las charlas, los encuentros, las presentaciones, los intercambios y el pavoneo, petulancia y soberbia de los participantes, con aires de intelectuales o de grandes creadores literarios, que de eso también se trata una feria (penoso asunto en verdad). Tal vez me falte la gran masa de curiosos, de compradores de ocasión, de cazadores de ofertas, de fans, cultores y seguidores de estrellas literarias, Best sellers, autores consagrados (de distinto género) o de obras clásicas, de amigos y parientes de escritores noveles, de clientes habituales de librerías y editoriales, de adulones y críticos, y de intelectuales, intelectualoides y poseros de ocasión.

Para no atosigarme de libros, combinaré las horas de feria con películas, musicales, y conferencias que buscaré en internet, que me exijan, pero no me empujen al esnobismo ni a la falsa ilusión de la superioridad intelectual. Esas producciones que me pongo todas las noches, incluso, cuando estoy trabajando, porque no hay nada que sea más efectivo para dejar de existir, que someterse a la rutina y dejar que se lo trague a uno el aburrimiento.

Ahora bien, como se trata de dos semanas festivas, voy a preparar un programa de eventos: con un tema central (puede ser el clima, la guerra, la crisis política, la situación económica o la pandemia, ya veré), con agasajos y homenajes a grandes literatos, colocando sus libros en ese estante que tengo sobre mi computadora, que es una suerte de altar. Con charlas y presentaciones de libros: El libro de relatos que acabo de publicar (“Un paseo por el infierno y otros cuentos”), el que publiqué hace varios años (“Crónica de Híbridos”), los poemarios que publique hace poco (“Estación Dividida”, “Do Pooliteia” y “Lánguida Esencia”), las revistas donde tengo publicados cuentos y poemas, y el anuncio de los libros que voy a publicar. Dedicaré un día especial para anunciar mi primera novela…

Seguramente no estaré todos los días en mi feria del libro, dejaré que el misterio la envuelva, y cuando regrese a ella, haré de cuenta que ha seguido teniendo actividad cuando yo no estaba allí. Que es exitosa.

Y es que, en estos días de julio, en los que no me anima mezclarme con los miles de turistas que aprovechan viajar a cualquier parte de país por el feriado largo, hay pocas cosas que hacer, que no sea estar pegado a la pantalla de la computadora, al celular o al televisor (a pesar de los streaming); sobre todo, si ya no existe la Feria del Hogar, los circos ya no me dan risa ni emocionan, a las playas de Lima se las comió el mar, los autos y los negocios, los parques públicos están cerrados o las autoridades no permiten que uno asiente sus posaderas sobre el césped de ellos, el campo cada día está más lejos y a mayor altura, y los cines solo muestran universos paralelos que me resulta complicado seguir o películas de clase B y C, sin ningún atractivo ni exigencia intelectual. Otras cosas por hacer pueden ser: los tours culinarios en restaurantes reconocidos o en “huariques”; realizar paseos por el centro, por Miraflores, San Isidro, Callao y por las zonas y centros comerciales de la ciudad, buscando ofertas o deleitándose con el espectáculo de la moda, el lujo, la tecnología y el confort (aunque nada de eso podamos adquirir); ir a conciertos, al teatro, a los museos, a las peñas o a los eventos culturales que se pueda visitar, ir a donde se pueda ir para tratar de ser mejor (no me pidan que incluya templos e iglesias por favor).

Luego de todo lo cual, podré regresar a mi feria, más renovado y ávido de seguir acumulando libros (aunque no necesariamente lecturas y menos aún sabiduría) que llevaré en bolsas de papel, de los diversos estantes a mi librero personal, que está detrás de la computadora en la que escribo esto (desde donde me miran indistintamente Moravia, Hesse, Vargas Llosa, Proust, Pizarnik, Vallejo, Hernández, Faulkner, Lorca, Elliot y otros que van rotando, según me lleve a ellos las circunstancias de lector o de escritor, que también hay libros de historia y filosofía.

Mañana empezará mi feria del libro, y cuando ya se agoten mis búsquedas, mis hallazgos y mis adquisiciones, tal vez me quede tiempo para ir a esa otra feria que se organiza cada julio en algún lugar de la ciudad, a ver si puedo comprar algún libro que disfrutaré luego en la próxima feria de mi hogar, que se inaugurará en las fiestas patrias venideras; por supuesto, si es que no necesito antes ese libro para trabajar o no me llama insistentemente cuando pase por el lugar en que lo deje, ya forrado, catalogado y ordenado (que los libros también saben solicitarnos).

Eso sí, tendré que ver si, después de pagar deudas, cubrir obligaciones y satisfacer necesidades materiales básicas, me queda algún dinero extra para gastar, porque la vida que llevamos da para sobrevivir o alcanzar parcialmente nuestras aspiraciones, no para vivirla plenamente.

¿Qué cómo se llama mi feria? Ya veré que nombre le pongo. ¿Qué nombre le podrían ustedes a su propia feria del libro?

Lima, 30/07/2024