Alberto Kenya Fujimori Fujimori (1938 – 2024) ha muerto. El fundador de una agrupación que ha tenido una gran influencia en las decisiones políticas de los peruanos desde 1990, ha fallecido el mismo día en que Pinochet, en 1973, realizó un sangriento golpe de Estado en Chile, los talibanes, el 2001, atacaron el Pentágono y destruyeron las Torres Gemelas de Nueva York, y el sanguinario terrorista Abimael Guzmán Reynoso murió, en el 2021.
Las simpatías y antipatías por Fujimori y por su legado han polarizado al Perú en las tres últimas décadas. Se le atribuyen tantos logros como desaciertos, tantos éxitos como fracasos, tantos beneficios como perjuicios. Y más allá de errores, la comisión de diversos delitos, perpetrados en el ejercicio del poder, que lo llevaron a sucesivas condenas, siendo la mayor, los 25 años de pena privativa de la libertad, que se le impuso por los asesinatos del Grupo Colina (Las Cantuta y Barrios Altos), luego de largos procesos que se iniciaron cuando fue extraditado de Chile el 22 de setiembre del 2007. Inclusive, al morir han quedado pendientes procesos por otros tantos delitos.
No obstante, estos hechos deplorables, Fujimori es objeto de veneración por sus partidarios y por miles de seguidores que reconocen en él a una suerte de mesías, a quien se le atribuye diversos hechos que representaron un cambio radical en la historia del país, sobre todo en el plano económico (aplicando las recetas impuestas por el FMI). Además de atribuírsele la victoria sobre la subversión de Sendero Luminoso, que en realidad fue obra de las FFAA, la PNP, las rondas campesinas y el pueblo que se enfrentó a los terroristas; y se le atribuye también la autoría de la captura de Abimael Guzmán y su cúpula, que sabemos ahora fue obra del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Dircote.
Lo cierto es que Fujimori ha tenido un gran arraigo popular y seguidores tan problemáticos (por decir lo menos) como los seguidores de Pinochet, Franco o Abimael, pues todos están convencidos que su líder fue un salvador, que no cometió errores y que representa lo mejor del país. Seguidores que no encajan en una categorización política tradicional y más bien encarnan un dogmatismo cuasi religioso.
El prolongado encierro, cumpliendo una condena justa, no atenuó las pasiones en torno a su persona, y ello ocurrió no solo por su legado (feliz para sus seguidores), sino, sobre todo por la persistencia de un relato parcializado, distorsionado y falaz, manejado por sus hijos y los políticos que se agruparon en torno a la familia. Fujimori no ha sido creador, impulsor o portador de una ideología, líder de un partido tradicional o propulsor de un movimiento político programático, él ha sido un outsider que se ha modelado políticamente como resultado de actos concretos, que lo presentaron como un político pragmático y eficaz, aunque para ello haya robado y asesinado (lo cual pasan por alto sus seguidores, en clara proyección de su propia condición cultural). Tras Fujimori no hay un verdadero partido político, un movimiento o una ideología. Para sus seguidores, él es el pensamiento mismo, la ideología encarnada. El culto a su personalidad no es extraño, pues los pobladores que lo siguieron (y lo siguen aún) se parecen bastante a él (recuerden que el éxito inicial de Fujimori, además de presentarse como un japonés trabajador, impulsor de la tecnología y honrado, se debía a su condición de un outsider, migrante, vinculado a la agricultura y hecho desde abajo). Fujimori quiso encarnar a la cultura emergente del migrante y terminó encarnando todo lo peor de esa subcultura marginal surgida en las últimas décadas del siglo XX.
Motivados por las circunstancias de la muerte del dictador Alberto Fujimori, y las consecuencias negativas que venerar a un personaje tan polémico y dañino a la sociedad puede producir, es que, como se hizo a la muerte de Abimael Guzmán Reinoso hace exactamente un año, tenemos que preguntarnos (porque el asunto nos compete a todos):
¿A dónde irán a parar los restos de Alberto Fujimori?
La pregunta parece una intromisión al derecho de la familia de disponer del cuerpo de su ser querido, pero no estamos hablando de un individuo común, de un ciudadano que solo será acompañado del grupo familiar y recordado de vez en cuando, hasta su inevitable olvido. Se trata, como se ha dicho, de un personaje cuya veneración no solo alterará el espacio del cementerio que se elija, sino además le permitirá a sus seguidores tener un lugar de culto, mantenimiento y adoctrinamiento de sus distorsionadas ideas o del relato falso que se ha construido en torno a él (y que se ha proyectado desde el poder que maneja hoy el fujimorismo en el gobierno), que sin duda afectarán el desarrollo de una sociedad que quiere conocer la verdad y a partir de ello curar las heridas y empezar a caminar.
La mayoría de peruanos, que no le rinden culto a la figura de Fujimori, saben de lo peligroso que puede ser mantener vivo el recuerdo manipulado y falaz de tal personaje (más allá del que la familia pueda brindarle). Porque, además de ser tan dañino como un libro de historia que cuenta mal los hechos, sirve a los fines de relativizar, ocultar y maquillar sus delitos y alienta a sus seguidores o a los que lo emulen en el futuro a normalizar y mantener la corrupción y el crimen en el Perú, en el ámbito político y fuera de él.
En España, en Alemania y en Italia, se proscribe rendirle culto y veneración a todo lo que representaron dictadores como Franco, Hitler o Mussolini, para la historia de sus países y para el mundo entero. Y de ello debemos tomar nota los peruanos para evitar que en el futuro tengamos espacios y conglomerados de personas manteniendo vivo el recuerdo de los delincuentes; quienes, por lo demás, no merecen monumentos (como el que acabamos de ver, de un ex alcalde, erigido por el actual Alcalde de Lima). El cadáver de Fujimori tampoco merecería el funeral de un ex jefe de Estado, que ya perdió con los delitos cometidos, precisamente contra el Estado peruano. Solo le cabe un espacio privado para sus restos incinerados, o tal vez deshacerse de sus vestigios, echando sus cenizas en algún lugar del mar no anunciado, como se hizo con Abimael Guzmán, el otro miserable que en los 80 y 90 destruyó al Perú.
Y solo a partir de ahí, podremos empezar a cerrar las heridas, pues la extinción física de este individuo puede ser el comienzo de una etapa, en la que podremos empezar a conocer la verdad, para curar el mal producido y buscar la reconciliación, pero siempre manteniendo viva la memoria de los crímenes cometidos, y no de falsedades que hoy se siguen repitiendo entre sus seguidores.
Esa tarea incluye, además, empezar a desmotar todo el armazón fujimorista, levantado sobre la falsedad y el crimen, y ello ocurrirá cuando se termine de procesar a su hija Keiko Fujimori y se cancele a una agrupación fujimorista que hoy es una organización delictiva, la que, junto con otras tantas está manejando los hilos del Legislativo y del Ejecutivo. Lo cual no es poca cosa, y ameritaría algo más que sentarse a esperar el lento accionar del Poder Judicial, frecuentemente obstruido por el ejercicio mercenario de abogados penalistas.
Y es que Alberto Fujimori ya tienen un lugar especial en la historia del Perú, el lugar de los dictadores, asesinos, genocidas, delincuentes, pero no de aquellos que atentaron contra individuos comunes, sino de aquellos que atentaron contra el mismo pueblo al que dijeron servir, pero han terminado destruyendo, sobre todo moralmente.
La era pos Fujimori no solo tiene que ser de pesar, regocijo o reflexión por la muerte del criminal ex dictador, sino el inicio de una organización popular para acabar con los rezagos de su nefasto legado y construir sobre las cenizas de las organizaciones criminales que hoy nos gobiernan, encabezadas por un Fujimorismo que es muy probable que salga reforzado de este duelo, pero a la larga tendrá que ser pisoteado por la verdad, la justicia y la ilusión de los peruanos de bien. Hecho histórico que debe materializarse pronto, con acciones efectivas contra los que nos mantienen en la postración y vienen empujando hace tiempo al Perú a un abismo, del cual, cada día que pasa será más difícil salir.
Y que ese grito vil que resuena como una amenaza: EL CRIMINAL HA MUERTO, QUE VIVA LA CRIMINAL, muy pronto sea apagado por la imponente y definitiva voz de la democracia, la justicia y la verdad.
Fujimori ha muerto, ahora solo fata que muera el fujimorismo.
LOS HUESOS DEL DICTADOR
La injusticia se nutre
de la indiferencia y del olvido.
¿A dónde irán a parar los huesos del dictador?
¿Serán reliquia en un templo?
¿Objeto de culto y peregrinación?
¿Serán memoria en un museo?
¿Serán lugar de la memoria?
¿A dónde iremos todos a recordar
lo que no debemos ignorar?
Porque no habrá olvido ni perdón
para los dictados del malhechor,
ni para los abyectos servidores
que le dieron tinta a su arrogancia
y balas a su crueldad.
¿A dónde tenemos que ir
cuando no queremos volver a sufrir?